4 de agosto de 2014

'El corrector' de Ricardo Menéndez Salmón

Los hombres, sin excepción, negros y blancos, felices y tristes, inteligentes y necios, somos así: enarbolamos banderas que otros odian, adoramos dioses que ofenden a nuestros vecinos, nos rodeamos de leyes que insultan a quienes nos rodean. (p.13)

La vida privada de los objetos es así, terrible para los mortales. Nosotros cambiamos; ellos permanecen. (p.18)

Algunas cosas son imposibles de conseguir en el mundo de la literatura careciendo de vanidad y de arrojo: el camino está lleno de cadáveres de almas bellas con las maletas repletas de manuscritos truncados. (p.22)

Nunca he comprendido a quienes afirman que la infancia es el paraíso del hombre. Mi infancia fue triste. (p.31)

La verdadera maldición de la vida no es el trabajo, ni el sinsentido de la existencia, ni siquiera el dolor o la enfermedad: la verdadera maldición de la vida es el tedio. Sólo quien vence al tedio ha vivido, sólo quien es capaz de hacer algo distinto a matar el tiempo merece decir “he vivido”. Únicamente en los libros, bien como lector, bien como escritor, bien como corrector, he logrado vencer esa sensación de hastío infinito ante los sucesos de la vida. (ps.31-32)

Pervertir la realidad a través del lenguaje, lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega, es una de las mayores conquistas del poder. La política se convierte, así, en el arte de disfrazar la mentira. (p.52)

Una y otra vez somos burlados, despojados de nuestro honor, compelidos a comulgar esa hostia llena de náusea que ellos llaman democracia, justicia o libertad. (p.54)

Para mí el paraíso incluye una biblioteca sin cercas de espino ni cepos visibles, ni vientre de ballena donde algún azar bondadoso me ha arrojado para la eternidad. Todo es polvo, deseo y silencio, y una luz cruda, cenital, que conduce por largas escaleras de caracol hasta el Walhalla de los ilustrados. Y el olor… Porque el olor del libro es la quintaesencia de todos los olores, la geografía del héroe, el trópico de la quietud y los bosques nemorosos. Todo libro es pasaje. Cuando abro un volumen y aspiro sus páginas, ya no estoy allí. (p.68)

Se puede vivir sin leer, es cierto; pero también se puede vivir sin amar: el argumento hace aguas como una balsa capitaneada por ratas. Sólo quien ha estado enamorado sabe lo que el amor regala y quita; sólo quien ha leído sabe si la vida merece la pena de ser vivida sin la conciencia de aquellos hombres y mujeres que nos han escrito mil veces antes de que naciéramos. (p.69)

Nuestra vida, toda ella, desde que amanece hasta la hora del lobo, es una gran mentira, una sombra, un intenso simulacro. Fedor Dostoievski lo sabía. Albert Camus lo sabía. John Maxwell Coetzee, que ha escrito sobre el origen de Los demonios una estupenda novela, El maestro de Petersburgo, lo sabe también. Para habitar esa mentira, para reconciliarnos con esa sombra y ese intenso simulacro, para conciliar todo lo que sabemos con todo lo que podemos saber, es para lo que existen cosas como la literatura. (p.113)

Somos poco, muy poco, un hilo entre dos tinieblas, y apenas basta un azar, un pequeño viento, un incidente a medianoche, para que el hilo se rompa, caiga al vacío, se vuelva invisible. Por eso tenemos que amarnos desesperadamente, como si cada día que pasamos juntos pudiera ser el último. Salvo el amor, cualquier negocio de este mundo puede ser aplazado para mañana. (p.132)


Nada nos hace tan sabios como el dolor. Hay una lucidez en la experiencia del dolor que no se puede conquistar de otra manera que sufriendo. (p.133)

22 de junio de 2014

La inmortalidad, Kundera (I)

"Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad." (p.12)
"Los cobardes temen por su vida y por eso son capaces de pelear furiosamente por ella." (p.35)
"El peligro del odio consiste en que nos ata al adversario en un estrecho abrazo." (p.36)
"Soledad: dulce ausencia de miradas." (p.40)
"La vida se ha convertido en una única gran orgía en la que todos participan." (p.43)
"Insolidaridad con la humanidad: ésta es su postura. Sólo hay una cosa que podría distraerla de ella: un amor concreto por una persona concreta." (p. 54)
"La inmortalidad es una ilusión ridícula, una palabra vacía, un viento atrapado en una red de mariposas..." (p.92)
"¿Existe acaso el amor por el arte o ha existido alguna vez? ¿No será un engaño? Cuando Lenin afirmaba que amaba por encima de todo la Appassionata de Beethoven, ¿qué era lo que amaba? ¿Qué oía? ¿La música? ¿O un sublime ruido que le recordaba los pomposos impulsos de su alma, ansiosa de sangre, de fraternidad, de fusilamientos, de justicia y de absoluto? ¿Disfrutaba de los tonos o de los sueños que los tonos le inspiraban y que no tenían nada en común ni con el arte ni con la belleza?" (p.100)
"En nuestro mundo, en el que hay cada vez más rostros cada vez más parecidos, es difícil para una persona confirmar la originalidad de su yo y convencerse a sí misma de su irrepetible unicidad." (p.124)
"Hay mucha gente, pocas ideasz, y ¿cómo haremos para diferenciarnos unos de otros?" (p.126)
"La realidad es para el hombre de hoy un continente cada vez menos visitado y menos amado." (p.142)
"Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propia imagen es para nosotros nuestro mayor misterio." (p.153)
"En la medida en que vivimos con la gente, no somos más que lo que la gente piensa que somos." (p.156)
"En el erotismo es como en el baile: siempre hay uno que lleva al otro." (p.158)
"El sentimiento amoroso nos da a todos una falsa ilusión de conocimiento." (p.162)



18 de marzo de 2014

Fragmentos de 'El túnel' de E. Sabato

“En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.” (p.7)

“Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido.” (p.9)

“La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad.” (p.10)

“¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?” (p.38)

“-Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas.” (ps.38-39)

"A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.
¿Sería eso, verdaderamente? Me quedé reflexionando en esa idea de falta de sentido. ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?" (p.42)

“En la época en la que yo tenía amigos, muchas veces se han reído de mi manía de elegir siempre los caminos más enrevesados: Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un ejemplo de todos los días: la gente que da limosnas; en general, se considera que es más generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con el mayor desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese hasta qué punto esa gente es mezquina cuando no se decide a gastar más de un peso por día para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad. ¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se requiere para sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita (y usuaria) operación!” (ps.57-58)

“Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad.
Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.
Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.” (p.89)

“(…) en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome  muda (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.” (ps.148-149)

“¡Qué implacable, qué fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más frágil!” (p.150)

“(…) estaría en un desierto negro, atormentado por infinitos gusanos hambrientos, devorando anónimamente cada una de mis vísceras.” (p.151)


“¿O sería yo el monstruo ridículo? ¿Y no se estarían riendo de mí en ese instante? ¿Y no sería yo el imbécil, el ridículo hombre del túnel y de los mensajes secretos?” (p.151)

El túnel, E. Sabato (Austral)