“En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que
quizá sea una forma de defensa de la especie humana.” (p.7)
“Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me
importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Al fin de cuentas
estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me
parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades
especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también
es mezquino, sucio y pérfido.” (p.9)
“La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la
bondad, de la abnegación, de la generosidad.” (p.10)
“¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es
algo físico?” (p.38)
“-Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que
iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas
cosas.” (ps.38-39)
"A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo,
que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores,
crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos,
morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.
¿Sería eso, verdaderamente? Me quedé reflexionando en esa idea de
falta de sentido. ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un
desierto de astros indiferentes?" (p.42)
“En la época en la que yo tenía amigos, muchas veces se han reído de
mi manía de elegir siempre los caminos más enrevesados: Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi
experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando
hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer
obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un
ejemplo de todos los días: la gente que da limosnas; en general, se considera
que es más generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con
el mayor desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el
problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de
pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así,
por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese
hasta qué punto esa gente es mezquina cuando no se decide a gastar más de un
peso por día para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y
vanidosa de su bondad. ¡Cuánta más pureza de espíritu y cuánto más valor se
requiere para sobrellevar la existencia de la miseria humana sin esta hipócrita
(y usuaria) operación!” (ps.57-58)
“Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad.
Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada
a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo
sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta,
es casi olímpica.
Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo
como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos
siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte
de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me emborracho,
busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia
bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.”
(p.89)
“(…) en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel
en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno
de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha
y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en
realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en
túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas
ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había
intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo
avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida
agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en
que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando
yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y
ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de
este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro
de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era
peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y
entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había
imaginado.” (ps.148-149)
“¡Qué implacable, qué
fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más
frágil!” (p.150)
“(…) estaría en un
desierto negro, atormentado por infinitos gusanos hambrientos, devorando
anónimamente cada una de mis vísceras.” (p.151)
“¿O sería yo el monstruo
ridículo? ¿Y no se estarían riendo de mí en ese instante? ¿Y no sería yo el
imbécil, el ridículo hombre del túnel y de los mensajes secretos?” (p.151)
El túnel, E. Sabato (Austral)