No sé el motivo, pero este año de lecturas me ha parecido ser penoso. Observo la lista de libros que he leído (unos cuarenta o cuarenta-y-tantos en total) y la sensación de desespero se apodera de mí. Quizá porque la intención de leer una gran obra durante este año (Proust, Mann, Cervantes o Tólstoi) se me ha escapado, volatilizado, y los libros que contemplo de la lista me parecen obras menores. Quizá porque este año no puedo decir de ningún libro que me haya marcado tantísimo que no haya podido dormir durante noches, que me obsesionara durante días y días. Aún así, reconozco haber leído alguna obra que me ha gustado. Y unas pocas, sí, son más que recomendables. He hecho tres pequeñas listas para ilustrar el año. Ahí van.
1. Obras que merecen mucho la pena (por orden de lectura):
- La insoportable levedad del ser (Milan Kundera). Parece que fue hace muchísimo tiempo que leí esta obra, pues te deja con una cierta sensación de distancia que se llena de una pesada carga de recuerdos leves de su lectura.
- El túnel (Ernesto Sábato). Absolutamente increíble esta obra. Recuerda al extranjero camusiano o al sentimiento de náusea de Sartre, pero con un toque romántico, un toque de sentimiento, que hace que el túnel sea más que profundo y que no se quede en la superficie sino que eche raíces en uno.
- El Sunset Limited (Cormac McCarthy). Esta obra habla de todo y de nada. De la nada que camina por la razón y del todo en el que confía la fe. De una razón tambaleante que se muestra firme en momentos puntuales y de una fe firme que se muestra meditabunda en momentos decisivos. Quizá excesivamente dicotómica, pero acierta en mostrar la lucha permanente entre la absurdidad del mundo para alguien razonable y el sentido pleno que le otorga la fe. Posiciones que parecen irreconciliables pero con las que algunos sobrevivimos.
- Rebelión en la granja (George Orwell). Me esperaba una fábula moral irónica y me encontré con una crítica demoledoramente sarcástica y genial. Tiene fragmentos tan grandes que al leerlos uno se remueve en el asiento. Las últimas dos páginas exigen ser leídas de pie y con actitud reverencial.
- Lolita (Vladimir Nábokov). Peligroso, sí, peligroso. Una obra que tiene ciertas partes surrealistas y un final algo flojo (opinión personal), pero que en conjunto es asoladora, a la vez que tiene una impertinente e inalterable voz que explica su impunidad ante todos los hechos y que justifica de maravilla aquello que de otra manera podría considerarse como algo atroz.
2. Autores a seguir y para dar una segunda oportunidad:
- Ricardo Menéndez Salmón. Sólo durante el verano, la lectura de dos de sus obras, ‘El corrector’ y ‘Medusa’, me han convencido de que es uno de los escritores en lengua castellana del panorama actual que vale la pena seguir. Una sorpresa y un bonito regalo navideño ha sido su último libro ‘Niños en el tiempo’, publicado durante este año.
- Rafael Chirbes. Otro autor de la malograda Sefarad que tiene buena pinta y del que todo el mundo habla bien. Aunque apenas he leído su primera obra, ‘Mimoun’, me ha dejado con un sabor agridulce. Lo intentaré con alguna de sus obras que se consideran ‘grandes’.
- Don DeLillo. Poético, ambiguo, extremadamente purista y algo incierto. Esa es la sensación que me ha dejado la lectura de una de sus obras, ‘Punto Omega’. Para una segunda oportunidad más clarificadora.
- Michel Houellebecq. El afamado autor francés, el autor maldito contemporáneo, el inconformista conservador y seguidor de Sarkozy. ‘Plataforma’ es una obra que tiene el título perfecto. Es una obra plana, sin grandes contratiempos, excepto al final, con pesadas páginas de planificación de turismo y aburridas y repetitivas escenas de actos sexuales. Houellebecq no necesita de eso para ser un buen escritor, pero parece saber que si lo añade gana más lectores, aunque eso convierta su constante y exacta escritura en algo más mediocre. Le sale a cuenta. Se le da una segunda oportunidad, por si las moscas. Porque parece entreverse genialidad por algún lado. Por si fuera un espejismo.
- Karl Ove Knausgaard. Todo un mes de paseos y lectura entrecortada hasta terminar ‘La muerte del padre’. Y, al final, no convence. Siento miedo al leer que es el Proust de la actualidad, pues aún no me he enfrentado al autor francés, porque la verdad es que no me lo creo. El libro está bien. Cuenta las cosas con una sinceridad pasmosa y tiene algunos fragmentos muy dignos. Pero, tiene más de un pero. Para asegurarme o para contradecirme quiero leer el segundo tomo de seis; ‘Un hombre enamorado’.
3. Pequeñas (grandes) decepciones:
- ‘El viejo y el mar’ (Ernest Hemingway). La ‘obra maestra’ que me pareció ‘obrita’. Quedo sin palabras. Frases cortas, a lo Hemingway. Existencia, muerte y lucha contra el mar. Decepción para el pescador. Y para el lector, pienso para mí.
- ‘El gran Gatsby’ (Scott Fitzgerald). Quizá porque desde mi posición de persona del pueblo llano no he podido ser capaz de disfrutar de las tormentosas relaciones de ricachones caprichosos ni de sus fiestas pomposas. El estilo de Fitzsgerald algo soporífero. La historia se aguanta apenas por cuatro pinceladas mediocremente dadas. Debiera llamarse El ‘pequeño’ Gatsby. No pasa de eso.